La helada brisa del Ártico barría la vasta extensión blanca, un recordatorio constante de la necesidad de una planificación meticulosa. Antes de iniciar el viaje, Felipe se preparaba para su próxima expedición polar. Con la vista fija en la lista que tenía en sus manos, sabía que cada decisión que tomara en ese momento podría significar la diferencia entre la vida y la muerte en las gélidas tierras del norte.

El Arte de hacer la Maleta

Empacar para una expedición polar no es como preparar la maleta para unas vacaciones en la playa o una caminata en la montaña. El equipo no es solo un conjunto de elementos; es un escudo contra el entorno más hostil del planeta. «La maleta», como Felipe la llamaba en su mente, era en realidad un complejo conjunto de equipos, cuidadosamente seleccionados y organizados.

En casa, Felipe había dedicado semanas a revisar cada pieza. La ropa, compuesta por múltiples capas de materiales técnicos, debía mantener el calor corporal sin comprometer la movilidad. Cada prenda tenía un propósito específico: la capa base para alejar la humedad de la piel, la capa intermedia para retener el calor, y la capa externa para protegerse del viento y la nieve.

Luego, estaba el equipo técnico: cuerdas, piolets, crampones, una tienda de campaña especial para lugares extremos y un trineo hecho a medida con material que utilizan los inuits en Groelandia, y que Felipe nos contará en cuanto le podamos entrevistar. No había lugar para el error. Recordó la historia de un viejo amigo, quien, en una escalada a más de 8,000 metros de altura, se vio obligado a comprar una cuerda en el último momento para cubrir los últimos metros hacia la cumbre. Pero en el Ártico no habría tiendas, refugios u otras personas o expediciones a las que recurrir cuando se necesitase de algo.

Cualquier olvido podría ser fatal. De ahí la necesidad, y a veces un poco la obsesión de llevar elementos duplicados e incluso triplicados según lo crítico de la necesidad. De hecho, llevaban más de 20 cometas y varias poleas.

Planificación Meticulosa

La planificación era la columna vertebral de cualquier expedición polar. Felipe había aprendido de los mejores, y uno de sus ídolos siempre había sido Roald Amundsen, el legendario explorador noruego que fue el primero en llegar al Polo Sur. Amundsen no solo fue un maestro en navegar los helados desiertos polares, sino que su éxito se debió en gran parte a su meticulosa preparación.

Escenarios y Contingencias

Pensar en los posibles escenarios era fundamental, especialmente cuando el entorno no ofrecía ningún soporte exterior. Ramón Larramendi, y todo el equipo que inició la expedición, discutieron interminablemente sobre lo que podrían enfrentar: tormentas de nieve inesperadas, grietas ocultas bajo el hielo, agotamiento físico extremo o la rotura de algún elemento como el trineo, las cuerdas, los cometas o incluso la cocina. Para cada uno de estos escenarios, planificaron una respuesta.

Se aseguraron de llevar suficientes provisiones para el doble del tiempo estimado de la expedición. Prepararon kits médicos con antibióticos, analgésicos y material de sutura, listos para tratar cualquier herida o enfermedad que pudiera surgir. Cada miembro del equipo recibió entrenamiento en primeros auxilios, navegación y supervivencia en condiciones extremas.

Un ejemplo de buena planificación

Amundsen había demostrado que la preparación lo era todo. Durante su expedición al Polo Sur, había utilizado un trineo de perros, cuyo uso estaba planificado de manera tan precisa que se convirtió en la clave de su éxito. Ramón Larramendi, jefe la expedición en la que partió Felipe aspiraba a llevar a cabo su expedición con el mismo nivel de cuidado y previsión, pero con un trineo de viento, impulsado por una gran cometa que variaba de tamaño en función de la fuerza del viento y de la dirección de este.

Para Ramón, planificar la expedición no solo se trataba de asegurar el éxito, sino de honrar la tradición de los grandes exploradores polares que lo habían inspirado desde niño. Sabía que, una vez que se adentraran en el mundo helado, no habría margen para errores. Todo lo que llevaran tendría que ser suficiente para enfrentarse a cualquier adversidad que el Ártico pudiera lanzarles. Con la maleta terminada y cada detalle revisado una y otra vez, Felipe estaba listo para lo que vendría.

A lo lejos, la nieve comenzaba a caer de nuevo, cubriendo el paisaje en un manto blanco inmaculado. La aventura estaba a punto de comenzar.